Querido mío,
Hoy, al escribirte, siento cómo las palabras fluyen desde mi alma, cargadas de todo el dolor que aún no se atreve a liberarse por completo. Te pienso, y en mis pensamientos, siempre regresas a mí, como el eco de un recuerdo que jamás se desvanece. Es en la quietud de esta noche, entre suspiros y silencios, donde siento el peso de tu ausencia, esa distancia que duele pero que también alimenta esta esperanza que se niega a morir.
A veces me descubro hablándote en secreto, como si estuvieras aquí, como si pudieras escuchar la voz de mi alma gritando por librarse de este dolor que dejaste tras de ti. Y aunque trato de soltar, de dejar ir aquello que tanto duele, hay momentos en que me resisto, porque dejarte ir sería arrancar una parte de mí misma.
Eres el viento que pasa,
la hoja que cae,
el invierno que aún no se marcha.
Y en cada estación que transcurre,
sigo esperando el día en que el sol
vuelva a iluminar nuestros caminos.
Siento el cambio de las estaciones como si fueran latidos de mi propio corazón. Cada amanecer trae consigo la promesa de una paz que aún no logro encontrar, pero que sé que existe. La buscaré en cada rincón de mis recuerdos, en cada esquina de mis pensamientos, porque amarte fue también aprender a resistir, a soportar lo imposible, y a caminar con un dolor que solo el tiempo entiende.
Te amo en la distancia, en el silencio, en cada respiro que nos separa. Quizás algún día, cuando el dolor se haya convertido en un susurro lejano, pueda recordarte sin esta herida abierta en mi pecho. Hasta entonces, seguiré escribiendo, seguiré dejando que estas cartas sean el refugio de mis sentimientos, la única forma de hablarte cuando el mundo se torna vacío sin ti.
Siempre tuya,
yo, que siempre te amé.
© Shoshan