Querido,
Es extraño escribirte ahora, cuando el dolor comienza a suavizarse, como las olas que, tras la tormenta, vuelven a ser apenas un murmullo en la orilla. He aprendido a vivir con esta tristeza, como una herida que, aunque cicatriza, aún recuerda lo que fue. Me doy cuenta de que hay amores que, aunque se vayan, permanecen en algún rincón del alma, guardados en un suspiro, en un recuerdo silencioso.
Fuiste parte de mí, y nada cambiará eso. No importa cuánto tiempo pase, ni cuántas estaciones transcurran; en algún lugar, te seguiré amando, no como antes, sino con la ternura de quien aprende a dejar ir, con la paz de quien se libera.
Como el perfume de una flor marchita,
tu recuerdo vive en mí,
sutil y eterno,
como una melodía que el viento se llevó,
pero el corazón no olvida.
Cada día, el dolor se hace más leve, como si el tiempo borrara lentamente los bordes afilados de lo que un día dolió tanto. Sin embargo, me reconozco diferente, más fuerte y quizá más sabia. Porque a pesar de todo, el amor que sentí no fue en vano. Me enseñó, me moldeó, y me hizo ver que soy capaz de amar con una intensidad que trasciende el tiempo y la distancia.
No espero volver a encontrarte, ni busco en otros el reflejo de lo que fuimos. Solo quiero que sepas que, aunque el dolor se desvanezca, no te olvidaré. Llevas una parte de mí, una que quizá nunca regrese, y está bien. Porque al final, ese amor nos construyó y, de alguna manera, seguirá vivo en la paz que hoy siento al soltar.
Adiós, querido. Que la vida te sea amable, como yo lo fui contigo.
Con amor,
yo, que siempre recordaré.
© Shoshan